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El solideo, II parte

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Estimados lectores, ya sabía yo que la colaboración resultaría fructífera. Gracias. Este post es, por tanto, la fusión de todas vuestras buenas ideas con lo que ya había leído antes. Pero que conste que vuestros comentarios me han iluminado más que los artículos que he leído sobre el simbolismo de la kipá. Puesto que nada he podido leer acerca del simbolismo del solideo.
Vaya por delante que es una prenda que siempre me ha resultado antipatiquísima. De hecho, esta petición de ayuda era para ver si lograba, de una vez por todas, quitarme de encima esa manía que le tengo a esa prenda.
Como me siempre me esfuerzo por amar todo lo que tiene la Santa Madre Iglesia, voy a exponer primero las razones en contra y seguiré con las razones a favor.
Antes de nada, una aclaración por si alguien se lo está preguntando: jamás me he puesto un solideo en la cabeza. Hago notar que he sido secretario del obispo de Alcalá y durante un año fui el encargado de ponérselo y quitárselo en las ceremonias. Nunca tuve la menor tentación de ponérmelo en la cabeza; ni eso ni una mitra. Para mí son insignias sagradas y con esos objetos no se debe hacer bromas.
Muchos años después, un compañero del collegio de Roma me regaló un solideo que a él, años atrás, le había regalado un obispo. Se lo agradecí sinceramente, pero con la confianza que nos teníamos le dije que debía regalárselo a un obispo. Y aunque insistió, yo también insistí.
Vayamos a las razones negativas. No puedo evitar pensar que un solideo es algo que siempre está a punto de caerse. No así una birreta o una mitra que está firme y segura. Por otra parte, debe ofrecer una sensación molesta el llevarlo, algo parecido a colocarse un pañuelo sobre la coronilla.
Eso en el aspecto práctico, pero en el teórico durante años no veía yo que encajara para nada en el lenguaje simbólico. La veía como una prenda que nació con un propósito práctico y que después no se había sabido darle una interpretación a nivel simbólico. Los católicos, desde luego, ni lo habíamos intentado. Los judíos sí que lo han intentado, pero no sus explicaciones no me acababan de convencer. ¿Por qué? Porque hay cosas que están dotadas de un simbolismo inherente: el río como símbolo del camino de la vida, la flor como símbolo de lo efímero, etc. Pero no todo lo que es creación humana de forma necesaria tiene un simbolismo inherente.
Si absolutamente todo tuviera un simbolismo, tendrían un significado propio desde las baldosas del cuarto de aseo hasta la botella de plástico del detergente de la cocina. Hay cosas que tienen simbolismo y otras no. Cuando algo no lo tiene y se intenta encajarlo a la fuerza, es como una pieza de puzle que se incrusta de malas maneras entre las otras, doblando lengüetas y dejando huecos y sobresale en algunas esquinas. Hay comparaciones que cojean por todos los lados, así como hay otras que encajan como un guante, con suavidad.
Hay comparaciones tan buenas que todas sus ramificaciones siguen fluyendo con contenido simbólico: el río y todo lo que lo rodea es un buen ejemplo. Mientras que otras comparaciones son un cortocircuito desde el primer momento. Hubo un compañero sacerdote que hizo un sermón que quedó para los anales con una comparación que hizo que todo el público se echara las manos a la cabeza, ya no pudo salvar el sermón de ninguna manera. El sermón se fue hundiendo como el Titanic, lenta e inexorablemente.
Bueno, mañana continuaré con las razones positivas.


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