Las fotos son de la misa en la catedral de Barbastro. Continúo contándoos mi último viaje. Llegué a Barcelona donde hice noche. Me acosté pronto, porque al día siguiente teníamos que coger un avión muy pronto hacia Santiago de Compostela. No recuerdo muy bien, pero creo que me tuve que levantar a las 6:00 de la noche. No sabéis lo que odio levantarme tan temprano. Mi cuerpo que resiste tan bien los rigores del invierno, el sol de justicia del verano, el hambre y la hartura, la poca agua, las cornadas de la vida y los embates de la fortuna, lo que resiste muy mal son los madrugones. Me lo dijo el médico:
-Tenga mucho cuidado con los madrugones. -¿En serio?-Sí, sí, cualquier madrugón lo podría matar. -¿Pero puedo trasnochar?-Sí, su cuerpo se adapta perfectamente a los excesos nocturnos. Admirablemente, diría yo.
Bueno, pues después de tanto esfuerzo, de tanto sacrificio, llegamos al avión un minuto más tarde del momento en que se cerraba el vuelo. Hago notar que habíamos facturado en la terminal. Es decir, la azafata sabía que estábamos en el aeropuerto porque habíamos facturado las maletas. Pero por un minuto nos dejó en tierra a sabiendas. Si me está leyendo algún directivo de Vueling, admito compensaciones. Porque hay que tener una maldad tipo Dart Vader para dejar a alguien en tierra, a sabiendas que no hay otro vuelo hacia allí hasta las 7 de la tarde, sabiendo que estábamos camino de la puerta.
Dart Vader hizo muchas cosas, pero nunca he oído que dejara en tierra a alguien en tierra en un vuelo nacional por un minuto. Y sin reintegro del precio del billete, por si os lo estabais preguntando. Insisto, Dart Vader, al menos, luchaba por su casa, por su familia, por su país, pero esa azafata (cuya cara regodeándose en nuestra desgracia recuerdo perfectamente) no ganaba nada.
Así que tuvimos que regresar a Barcelona hasta las 5 de la tarde. Lo cual, al final, comprendería yo que fue hasta bueno, porque Santiago se ve de sobra en dos días y no hubiéramos sabido qué hacer con un tercer día. Pero aquella azafata fue esa mañana la encarnación del Mal, el rostro de la banalidad del Mal.
Sentí la tentación de que algún día ella estuviera en una cola camino de una nueva vida, de un nuevo futuro en otro continente, y yo le dijera:
-Lo siento, ha llegado cuatro segundos tarde.-¿Está bromeando? ¿Verdad??
-Guardias, llévense a esta alborotadora.
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Misa en Barbastro
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