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El papa Francisco, san Francisco, Trento, Vaticano II, Ottaviani, Von Balthasar

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En la foto un joven sacerdote (¿alguien sabe quién es con tanto pelo?) está mirando a Karl Rahner. Este post considérese como un esbozo, no como un desarrollo, paso a paso, fundado y detallado, lo cual hubiera hecho de él no un post, sino un largo artículo. Y, además, considérese este esbozo como la continuación de otros muchos posts que están en la base de este.
Hoy día hay un gran debate acerca de cómo debe ser la Iglesia. Debate que puede ser simplificado como una polaridad entre el polo tradición-ortodoxia y el polo adaptación-compasión.
Me gustaría enfocar esta cuestión desde una perspectiva distinta a las abordadas por mí en este blog anteriormente.
¿Dios es más justo o más misericordioso?, pregunta eterna de las almas sencillas a cualquier párroco de cualquier siglo. Los sacerdotes encajamos la pregunta, normalmente, de un modo adecuado, lógico, bíblico que suele satisfacer al que pregunta.
Pero reformulemos la pregunta de otra manera, y observaremos que Dios es, esencialmente, apertura. Cierto que Dios, en cierto modo, podríamos decir que se cierra al pecado, al error, al sufrimiento del inocente, a la herejía que distorsiona la belleza de la verdad. Sí, pero Dios, esencialmente, es apertura, porque el mismo acto creador es un acto donador.
La Iglesia, por tanto, torna a ser una donación divina dentro de la donación que es la creación. Dios es apertura hacia el otro tal como es, mientras pueda ser acogido.
En la relación entre el Uno y el otro, entre el Uno (infinito) y el otro (finito) hay una actitud de comprensión, de misericordia, de abrazo de la criatura como es, como ha llegado a ser. Se me dirá que el purgatorio cambiará al individuo, lo deificará. Sí, pero el cambio será accidental en un ser que sustancialmente ya no cambiará. Con lo cual, por muy purificado que quede en el purgatorio, siempre, al final, estará el abrazo del Uno al otro tal como es.
Si comprendemos en toda su profundidad esta relación, la única posible, entre el Ser y los seres, comprenderemos que la esencia de la Iglesia solo puede ser expresión de los sentimientos íntimos de Dios.
Debemos defender (y morir) por la Verdad. El relativismo es falso. Podemos ser comprensivos, pero los Mandamientos imponen obligaciones. No, no niego eso. Ahora bien, meditando lo que he dicho, entenderemos que la ortodoxia debe ser puesta en práctica desde la misericordia. Evitando caer en el peligro de, digámoslo así, ser más papistas que el papa.
La defensa de la Verdad es voluntad de Dios. Pero algunos defienden la ortodoxia de un modo ajeno a los sentimientos de la Santísima Trinidad. En ocasiones, la ira de algunos puede ser muy justa, pero no santa. Porque la ira debe ser purificada. Y, en definitiva, la Iglesia, no lo olvidemos, debe ser expresión de esa relación del Ser con sus criaturas. Una relación que es excesiva. 
Quien vea en mis palabras un alegato a favor del relativismo se equivoca. 
Pero no se equivoca quien vea en mis palabras un alegato a una evolución DENTRO del magisterio, una evolución homogénea que no se salga fuera de los moldes irrenunciables que imponen los pilares de nuestra fe. Por lo tanto, la apertura, la misericordia, la comprensión, la adaptación a la debilidad del que se acerca a Cristo y a su Iglesia, debe ser la máxima posible. Nunca un paso más allá del límite.


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