Estoy acabando las 976 páginas del libro Franco y la Iglesia. Los hechos los conocía a grandes rasgos. Este mismo libro ya lo había leído aquí y allí en muchos pasajes hace años, cuando escribí La tempestad de Dios. Pero esta vez me está resultando apasionante conocer el pequeño detalle; recorrer, mes a mes, la crónica del hundimiento de un estado plenamente católico.
Todo lo que sucedió en los decenios siguientes era ya previsible y hubo mentes preclaras que lo percibieron. La sucesión de cartas, de confidencias presentes en esas cartas, de conversaciones entre ministros y obispos (tantas quedaron consignadas) son el testimonio de que, en medio del desbarajuste más general, hubo personas que sabían que aquello era el fin del reino cristiano en el que habían vivido.
¿Pero qué se podía hacer para evitar un tsunami continental como el que se estaba viviendo antes y después de 1970? La descristianización, el avance de las ideas marxistas, la total desorientación de muchísimos sacerdotes jóvenes era inevitable, aun para alguien dotado con un poder civil inmenso.
Sí, este libro es la crónica de ese derrumbamiento moral. Las estructuras del Estado permanecían, pero los pilares morales se estaban socavando a un ritmo tal que la caída futura de ese reino cristiano resultaba inevitable.
Y cuando uno conoce los detalles menudos hay personajes que quedan como unos señores. La nobleza de ánimo con la que algunos afrontaron esa ola de proporciones continentales les deja para la historia del catolicismo en un lugar de verdadero honor. Y, sobre todo, hay que agradecer a muchísimas personas del Opus Dei que ocuparon grandes puestos el haber diseñado el camino hacia la democracia. Con su buen hacer, se cerró el paso hacia una penetración todavía mayor del marxismo entre la población joven. Ellos también evitaron que el final del régimen se hubiera transformado en algo parecido a la dictadura argentina.
La gente no lo sabe, pero unos pocos hombres evitaron grandes males para España, en lo material y en lo espiritual. Unos pocos hombres que trabajaron y oraron. Hombres que no se fijaron tanto en sus futuras carreras políticas, sino en el bien común. La talla moral de algunos de ellos fue impresionante. El que hayan quedado en la oscuridad no les resta nada de su valía.
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Grandes hombres y otros no tan grandes
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