Hace poco salió en los medios que había un señor de Estados Unidos que pretendía contratar a exagentes del FBI para investigar a los cardenales y así hacer un informe de cada purpurado. Y claro? pedía dinero para ello.
Si alguien es tan tonto como para dar un solo dólar a ese señor del que no pienso dar el nombre, ciertamente merece perder ese dólar. Todos los medios del planeta se han hecho eco de semejante ocurrencia. Dado el número de personas no muy inteligentes que pueblan nuestro orbe, unidos al factor tacañería, me permiten suponer que dos mil o cuatro mil dólares ha debido sacar ese sujeto de los bolsillos de los fieles.
Las investigaciones las tiene que llevar a cabo la Ley porque es la que tiene medios para investigar: autoridad para revisar archivos, entrar en la memoria de teléfonos y ordenadores, etc. Si no tienes esa autoridad y esos medios, puedes seguir a las personas y preguntar a su entorno, allí acaba todo.
No hace falta decir el perjuicio irreparable que causa ir preguntando de forma sistemática a todo un entorno acerca de la honorabilidad de alguien. Los jueces lo saben y su código deontológico les obliga a usar de ese recurso de un modo razonable y proporcional.
Por otra parte, como bien saben los jueces, nunca se da por supuesto que la investigación de una de las partes sea objetiva. Los datos dados por la Policía son objetivos porque están obtenidos por alguien neutral.
La idea de ese señor me parece magnífica para sacar un beneficio personal del enfado de muchos católicos, beneficio completamente legal. Pero es una nulidad para lograr un beneficio para la Iglesia.
Esto me recuerda a aquellos ciudadanos norteamericanos que decidieron patrullar por su cuenta la frontera con México: la tragedia estaba servida; además, una tragedia que no hubiera servido para nada. Si no ocurrió nada irremediable fue porque las autoridades les dijeron que se fueran a casa a ver películas de Chuck Norris.
Cuando un vecino del barrio se compra una estrella de sheriff se mira al espejo y se dice a sí mismo: ?Ahora soy yo la Ley?, entonces, el desastre es un destino seguro.
Esta iniciativa no tiene nada que ver con la participación de los laicos en la Iglesia ni nada por el estilo, es solo una cuestión de sentido común. Esto no es una noble iniciativa de los laicos, sino algo que me recuerda a La conjura de los necios.
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Ideas descabelladas que germinan en humus de enfado general
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