He visto hoy el programa (emitido el martes) de Antena 3 para conmemorar los cuarenta años de la aprobación de la constitución española. No cabía más infantilismo en aquellos 60 minutos de elogio conmemorativo. Yo creo en las constituciones. Siempre he estado a favor de ellas, de que vivan en libertad, se reproduzcan y tengan una vida dichosa.
Pero ese programa se ha enfocado exclusivamente en mostrar lo espantosa, lo horrible, lo triste, lo desesperanzada que era la vida de los pobres españoles a los que les hubiera tocado en desgracia vivir en esa era de tinieblas preconstitucionales. Una era que ni el peor capítulo de Juego de Tronos podría describir en su maldad y espanto.
Todo el tiempo aparecían entrevistas en las que un pobre ciudadano octogenario (y próximo a la defunción) se quejaba de que aquí cenábamos unos huevos fritos con chorizo, mientras que en Europa se desayunaban ya por la mañana con una langosta hecha al punto, y algo de caviar sobre la tostada con mantequilla.
Aquí la mujer vivía sometida al marido, mientras que en Francia la mujer ya votaba desde el siglo XVII.
A mí me metieron en la cárcel ocho años por estornudar en catalán. Y a mí me torturaron por hablar con acento gallego.
Por la calle patrullaba la Gestapo ayudada por las SS, hacía mucho frío, las noches eran más largas y se veían orcos por los pueblos.
Fin de las citas sarcásticas que me he inventado. Continúo yo. Soy un demócrata convencido y, por tanto, me gustaría que las constituciones fuesen cuidadas con esmero. La nuestra ha funcionado bien, salvo en aquellos puntos que ya, desde el principio, los expertos advirtieron que funcionaría mal.
Esto pasa cuando los que se ponen manos a la obra son políticos y no expertos. Los varios puntos de futuras averías en el motor ya fueron advertidos por los expertos desde el principio, pero Suárez dijo que no, que no pasaba nada. Primera parada en el taller: método de constitución del Consejo del Poder Judicial. En fin.
Incluso el tema de que sea el primer varón el que herede la corona, también se le advirtió al rey que era un tema que habría que pensarlo más. Pero, efectivamente, el lío dinástico que había en casa hizo que don Juan Carlos I dijera en voz baja que las cosas se dejasen como estaban en el borrador.
Eso sí, me alegro de que no se mencione a Dios ni en una sola de sus páginas. De lo contrario, hubiéramos tenido que pasar por el mal trago de sacarlo. Porque, sin duda, aquí en España, hubieran sacado esa mención.
La constitución que tenemos es francamente mejorable. Para empezar, tenemos un senado que nunca, jamás, ha constituido un poder independiente del Poder Ejecutivo. Y eso, evidentemente, no es una cuestión menor. Si una constitución no logra, ni siquiera, la independencia de los tres poderes del Estado, pues apaga y vámonos. Después vendría, como era lógico la invasión de la política en el poder judicial. Pero ya la constitución estaba mal construida en sus pilares esenciales, lo otro era una mera consecuencia.
Los que la defiendan dirán que es que fue fruto del compromiso, del pacto. Muy bien. Se podía haber llegado a un consenso, pero a un consenso con un buen texto constitucional: perfecto, sencillo, bien armado, coherente.
Una cosa es celebrar la democracia y otra felicitarnos por un texto manifiestamente mejorable.
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40 años de constitución española: francamente "bien"
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