Estos días estoy leyendo la autobiografía de Stephan Zweig, El mundo de ayer. Me está gustando. Gracias a la lectora de este blog que me proporcionó tal obra. He comido hoy con una familia que me es muy querida. Comer con personas a las que les tienes cariño, en un ambiente agradable, unos platos deliciosos, es uno de los grandes placeres de la vida.
Por la mañana, he estado revisando unos escritos míos sobre el infierno que tanto me ha pedido un lector de Washington DC. Al final la insistencia de este buen amigo (con el que he compartido cenas y charlas) ha tenido efecto. Pero este libro sobre el infierno tengo la sensación de que debo dejarlo reposar. Escribir y alejarme de la obra durante un tiempo, volver a escribir y volver a dejarlo dormir.
Hay libros que son fruto de la pasión, de una tormenta creadora, que solo se pueden escribir de un tirón. Otros libros son el resultado de calmada revisión, de una labor de relojero más paciente.
He ofrecido mi libro sobre las plagas de Egipto a dos editoriales y a un agente literario. Pero, de momento, sigue durmiendo silencioso en mi casa.
Ya he acabado de jugar mi partida de ajedrez de después de la cena y estoy escuchando la banda sonora de El piano. Una obra musical sobrevalorada, pero muy buena. Ya se ha deshecho el trocito de chocolate que tenía en la boca. Llamaré a un amigo para darme un paseo, mientras hablo por teléfono. Buenas noches a todos.