Ayer por la noche, en uno de esos momentos maravillosos de ocio, en uno de esos momentos después de la cena en que me puedo dedicar a las tonterías que a mí me gustan, acaricié la idea de hacer algo que ya había pensado hace años: diseñar una nueva urna para las votaciones de los cónclaves.
No os voy a poner la foto de la actual urna, porque es algo que está al mismo nivel que la Inquisición o los peores desmanes de los Borgia. Aunque ambas cosas, indudablemente, fueron estéticamente mucho más bellas que esa urna ultramoderna que es como un platillo volante. Si queréis sufrir un poco con la vista, podéis poner en Google: urna conclave. Y ya veréis.
Voy a darle vueltas al diseño de un objeto que tenga vocación de convertirse en una urna histórica, en todo un símbolo de continuidad. Estas cosas me entretienen después de cenar y me ayuda a hacer la digestión.
Pero, de verdad, no me pidáis que ponga ninguna foto de la actual urna, porque la imagen daría la razón a aquellos que piensan que hay un contubernio de la alta jerarquía con los illuminati. No quiero ni pensar lo que diría Galat si supiera de la existencia de esas urnas.